Monday, June 25, 2012

México 2012

Camaradas, esta publicación la escribí alrededor del 8 de mayo. Había pasado menos de una semana del primer debate presidencial y aún no figuraba el famoso #YoSoy132. Disfruten.



Me repugna la fiesta democrática, aquel momento en el que se da la ilusión de tener un poco de poder, sólo para consolidar a los eternos. No abogo por una masa violenta defendiendo los intereses de alguien más. Cientos reuniéndose para derrochar odio en nombre del amor, tratando de vivir la gris pose de la campaña. Al final, todos buscan que alguien arregle su vida. Sin pasiones autoritarias, un gobierno cuya importancia sea sólo administrativa y ciudadanos que noten que no hay como el colectivismo nacionalista para exterminar al individuo.

Habrá elecciones presidenciales y sale a la luz el doble discurso de los políticos, tristes imitaciones que desprestigian a todo un sistema filosófico sólido. Lucen sus mejores sesgos los medios de comunicación notorios y los que habitan los más sórdidos lugares de la red. Sólo engaños en nombre del pueblo. Entre todas las bajezas que exhibe la mentada fiesta, pocas tan grotescas cmomo la hipocresía clasemediera.

Las elecciones presidenciales, la misa sexenal de la patriótica religión, sacan al responsable ciudadano que todo conductor ebrio lleva dentro. El espectáculo chatarra alcanza un máximo en los “debates”, simples extensiones de los anuncios en los que no se pasa de los ataques personales, además de convencer a los ya convencidos de que la tienen más grande. Sin embargo, los ciudadanos ya podrán tirar basura en la calle, después escupirlas y orinarlas, ya podrán agredir con su automóvil a los transeúntes y presumir su clasismo. No importa, su nombre se escribirá con letras de oro en el congreso por haber visto un debate televisado.

No sólo es apasionarse con los pequeños gigantes de la cosa pública, es imponer la estéril ceguera al resto. El autoritarismo “ciudadano” logró, incluso, que llegara a concordar con uno de los máximos representantes del atraso mexicano: Ricardo Salinas Pliego.

Cuando hubo terminado el intercambio de lemas y cantaletas irrelevantes, salen a declarar ganador al dueño de sus vicios. En todos lados pululan los comentaristas que adornan con sus credenciales y años de estudio a sus favoritos y culpan al acartonado formato del nulo contenido. Como es de esperarse, los protagonistas se declaran ganadores, sus repetidores aplauden y, una vez más, todos culpan al formato acordado por los participantes de la vacuidad.

Tres, cuatro, cinco debates piden. No se quiere comparar ideas, no se quiere discutir realidades, no importa la gente, que se muera el individuo, pero que no se quite la obligación de ver a cuatro personas fingiendo un combate, simulando un diálogo. Al final, además del mentado formato, la culpa será de las tetas conspiradoras.

El espíritu revolucionario es cada vez más atractivo, sólo se necesita un teléfono móvil o una computadora. Ganándose el paraíso ciudadano con repetir publicaciones tan sesgadas como los reportajes de Televisa en sus peores años. El espíritu ultracrítico contra Televisa se acaba cuando se acercan Proceso y La Jornada. El rigor en esta farsa es lo menos importante. La fe profesada a los ídolos políticos se transfiere también a sus publicistas.

El texto pudo quedarse en mi cuadernito forrado con polímero imitación piel. Aunque seguramente no será leído, prefiero que esté a disposición de cualquiera que pase por aquí.



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